jueves, marzo 07, 2002

Esperando a Godot, de Samuel Beckett

Texto para programa de mano

Para Gus Muñoz, q.e.p.d.


Las catástrofes, las guerras, los genocidios, los crímenes dispersos, las grandes injusticias, todos generan sus victimarios y sus víctimas. Sólo los escenarios cambian, lo histórico inmediato brilla unos cuantos segundos y se funde con el resto del pasado, a veces se pierde toda medida de las experiencias personales contra la visión de las grandes migraciones, de los conflictos de poder entre razas y naciones. Cada día se porta una coraza para proteger al yo de su fragilidad ante lo imprevisible, la coraza está ensamblada con las pocas o muchas posesiones personales, los pequeños triunfos, los secretos estratégicos, las convicciones, las adicciones: la memoria es una colección de manías refinadas flotando sobre espacios vacíos y silencio. En cada rostro asoma un abismo, la gesticulación del delirio. Sin todas las estructuras rituales aprendidas y practicadas socialmente queda un ser indigente, incapaz de gobernar un destino que ya no le pertenece. Pareciera que el destino depende de los otros, de sus actos, que podrían o no liberar al yo de la carga de sus necesidades. La alegría, o al menos la inconsciencia, parece posible sólo a través del sometimiento. Esta es la existencia que refleja Esperando a Godot, pero no es una lección de ética, su estreno en 1953 en el Paris de la posguerra fue recibido tanto por aplausos populares como desaprobaciones académicas, desde entonces se ha venido representando ante las más diversas circunstancias y públicos, la obra creada por Samuel Beckett ha adquirido una vida independiente más allá de su autor, resuena tanto en los escenarios de los festivales de teatro como en la sala improvisada de una prisión alemana, en las calles de la Checoslovaquia revolucionaria como en las trincheras de guerra argelinas. Después de un historial de constantes deformaciones, reducciones, conjuras, censura y malinterpretación, pareciera que la fuerza mítica de sus imágenes sobrevive a cualquier régimen. Cada vez que es representada la rodea un aura de identificación inmediata, es difícil no reír ante la sinceridad de su corrosivo humor, no verla sin sentir una nostalgia abstracta, no empaparse del abandono de sus figuras. Esperando a Godot luce más como una llaga que como una cicatriz, es terapia de choque y grito primario en su sentido más puro y vivencial, germina en la nada: allí donde toda deficiencia, decadencia, miseria, toda esperanza, finalmente se sintetiza y consuma…