viernes, diciembre 12, 2003

La Rata, de Andrzej Zaniewski

En un estrato inferior, o quizá superior, la vida se reduce a dos o tres acciones esenciales: comer y huir; o comer, reproducirse y huir; o matar, comer, reproducirse, huir y matar de nuevo. Entre una acción y otra puede haber cambios radicales de escenarios o matices inesperados, la sensación constante de temor les devuelve su distinción esencial, que es la de envolverlo todo en una luz de alerta. Más allá de la semántica, la única realidad ineludible es la del hambre, la mordedura del hambre. En el fondo todo es sobrevivencia, intercambiar acciones por tiempo vital, por espacio o por poder. Es una espiral de vida o de muerte, donde tan sólo de vez en cuando se vislumbra algo más en los pocos instantes de meditación, ubicado fuera de esta espiral. En el otro extremo se ubica la embriaguez, el escape hacia la inconsciencia, la ausencia de alerta, el fin del miedo. Y no sólo la embriaguez del alcohol u otros estimulantes (es decir la embriaguez química), sino también la del sólo triunfo por encima del resto de los seres, que apenas y es ligeramente más controlable que la locura.

Es muy difícil estar conscientes todo el tiempo del costo biológico de nuestra vida cotidiana, de nuestra cultura. El inmenso paso que representa ubicarnos sin dificultad fuera de la espiral; poder pensar en cualquier momento, simplemente pensar, sin tener encima la inminencia del ataque de un depredador, sin tener que ver la muerte a la cara a cada instante. “Pensar es uno de los mayores placeres de la humanidad”, hace decir Bertolt Brecht a Copérnico, poco antes de que le presenten los instrumentos de tortura. El conocimiento acumulado ha tenido un costo en sangre que sería incalculable, ¿cuántas muertes para que fueran disponibles los Dialogos de Platón? ¿Cuántas guerras para la música de cámara? El simple derecho a la información ha costado miles de vidas y es tan frágil, no se puede sostener por sí mismo. Apenas y a alguien le importa.

Por ello, libros como La Rata lucen como recordatorios urgentes de las estructuras inherentes que realmente sostienen la vida. Nunca publicada en su idioma original, el polaco, sino en checo en 1990, actualmente es una obra traducida al menos a quince idiomas. El texto, escrito en primera persona, describe la intensa y violenta vida de una rata común, desde su nacimiento hasta su muerte, como las hay por millones alrededor del mundo. Su mayor aportación es su aproximación total y sincera a la vida animal, donde no existe ningún tipo de elección moral: la rata vive en un presente eterno, donde lo único que importa es el segundo siguiente, todo termina reduciéndose a dientes y carne. El erotismo, la política o la vulgaridad lucen no sólo superfluas, sino insostenibles. Toda su existencia está marcada por un frenesí febril contagioso, para la rata la inteligencia es un arma mortal, que sirve para contender con el enemigo, vencer, engañar, devorar. Y aún así, hay espacio para el éxtasis, incluso para el placer y el ocio, en donde tiene un papel destacado el placer musical, al que le dedica un pasaje entero, pareciera demostrar asi que éste es quizá el más elevado de los placeres.

En la tragedia que compone Andrzej Zaniewski, la realidad y el mito son experimentados simultáneamente y configuran una misma experiencia incompartible…

La rata, de Andrzej Zaniewski, publicada en 1994 por Alianza Editorial, con el número 26 de la colección Alianza Cuatro.

martes, diciembre 09, 2003

Sobre La Noche Mexicana, de Lawrence Ferlinghetti

1.

La primera vez que vi el libro fue en La Mutualista, una cantina en Guadalajara, bajo una luz tenue y en medio de una oscuridad nocturna ya profunda. Fue desgarrado ante mí el envoltorio de un paquete y fue sustraído (con el pegamento de las cubiertas aún fresco) un ejemplar reluciente. Después emergió otro y otro y muchos más, en el lapso entre el que aferré al primer ejemplar de mis manos y en el que después de hojearlo finalmente lo abandoné a su suerte, cerca de veinticinco libros más fueron acomodados y ofrecidos a la venta. En ese instante inició el antiguo rito vestal del comercio. Ofrecer la pieza al postor más próximo, comentar virtudes y disimular, incluso negar categóricamente, los defectos más evidentes. Lo más doloroso resultó observar a otros juzgarlo, sostener la pieza y rechazarlo sin otra razón más que la apatía o la necesidad de materiales más dóciles a una interpretación ligera y, en términos modernos, “más divertida”. Ni siquiera estoy sojuzgando, es sencillamente el feliz destino de todos los libros: una prostitución impostergable y fundamental.


2.

Un libro nos sobrevive, es muy posible que ejemplares de este libro aún existan cuando Ferlinghetti repentinamente ya no esté con nosotros. O quizás, al ser escrito en los lejanos sesentas, seguramente apenas y tiene que ver con el autor que en este momento es nuestro contemporáneo. El libro de un extraño, el libro del otro. Con la traducción sucede exactamente lo mismo, pero la degradación es casi instantánea. Ser el traductor de algo ya es en sí alienante, pero encima confrontar las frases traducidas representa una violencia demasiado incontenible para ser tolerable. Al leerlo no puedo sustraerme lo suficiente como para pasar por encima de los errores que emergen en oleadas de las páginas. Nadie más parece notarlos, pero están ahí, como los nódulos de un cáncer sin manifestar, y no sólo son errores tipográficos, sino defectos en el ritmo, tumores inflamados de preposiciones y conjunciones inútiles, palabras usadas y repetidas indiscriminadamente, traducciones literales. Enumero todas las libertades que me tomé y, sin remordimiento alguno, celebro su impostura, pasaran años hasta que alguien las descubra todas, si es que alguna vez tal cosa sucede, son las cicatrices ocultas que una meretriz arrogante maquilla sin remordimientos, vestigios de una cirugía plástica malograda. Y aun así, en medio de este vórtice de carne depravada, emerge súbitamente una frase, un párrafo, una página entera que resulta satisfactoria. La vida es válida por estos instantes, el impulso de su relectura no se puede resistir. Así es como surge y se admite un poco de vanidad, sin las ilusiones y espejismos que generalmente solicita en su ayuda.


3.

Ha pasado una semana exactamente desde el primer encuentro, enumero todo ha sucedido en estos últimos siete días... he perdido todo lo que conocía y todo lo que me pertenecía, tal y como a final de cuentas sucede a cada instante. Pero ahora la sensación es permanente, es una soledad irreparable y desmedida. Quisiera que esto fuera una exageración, al menos una exageración consciente, pero la certeza de que no es así se desborda. Aquel que vio por primera vez el libro y aquel que escribe esto pertenecen a dos especies distintas, seguramente se debía a cosas semejantes la creencia de que los muertos anhelaban el olvido. Recordaré cada instante sin nostalgia ni anhelo alguno, recordaré el viaje que lo hizo posible y a aquellos que me acompañaron, dejaré entrever apenas quiénes fueron y qué hicieron en realidad, inclusive a ellos mismos. La muerte del instante no es sino nuestra propia muerte, irreconocible y fortuita, pero definitivamente nuestra.

Y esto, esto es lo me une hasta el final con La Noche Mexicana