Ganador del Concurso Nacional de Cuento “Criaturas de la Noche”, en conmemoración del centenario de la publicación de Drácula, de Bram Stoker
Y él apoyó su cabeza en el pecho de ella: sintió el correr de la sangre por sus venas, oyó el batir de su corazón. Enterró el rostro en su regazo, notó dos labios ardientes en su cuello, sintió un estremecimiento helado, un deseo escalofriante, y oprimió con violencia el cuerpo de ella contra el suyo...
Edvard Munch, Vampiro, 1894
I.
El Autorretrato de Egon Schiele (1890-1918) fue pintado en 1910, es un estudio de gis negro, acuarela y tempera. El artista se representa a sí mismo desnudo, con los brazos amputados y un fuerte rictus de dolor. Las semejanzas entre este cuadro, la pintura de Max Oppenheimer Hombre sangrante (1911) y la pintura más antigua conocida de Veil Verhagen Llanto primario (1925), revelan una posible conexión más allá de la simple coincidencia de temas, pero hay una característica que hace única a la pintura de Egon Schiele.
En 1959 una replica fotográfica amplificada fue atacada por una mujer durante una exposición en Viena. Lo mismo ha sucedido en otros museos, una y otra vez la imagen ha sido atacada por gente común en todos los aspectos, repentinamente usan cualquier cosa a mano para intentar destruir las excelentes replicas del cuadro que constantemente fabrican sus actuales dueños, el complejo editorial Per Ardua ad Fassam.
El cuadro original nunca fue atacado, ni siquiera durante su primera exhibición pública en 1919, apenas un año después de la muerte de su autor. La pintura original mide aproximadamente 1 metro por 70 centímetros, pero las réplicas llegan a medir 2 y medio metros de alto, e incluso se han reproducido en tamaños mayores. Una de estas copias de gran formato fue subastada recientemente y alcanzó un costo de más de cien mil dólares, demasiado alto para ser simplemente una reproducción fotográfica en alta definición.
El hecho es que al parecer estas copias son esencialmente distintas al original, en primera instancia por su tamaño; pero también en su contenido. En 1996 una de estas reproducciones llegó a petición en conjunto de la Facultad de Psicología y el Centro de Estudios Estéticos de la Universidad de Sicario, con motivo de una ponencia internacional sobre las relaciones entre la psicopatología y el arte, que no se llevó finalmente a cabo. La renta de este material se extendía a más de un mes y nadie quería hacerse cargo de él, así que me ofrecí para mantenerlo en mi custodia mientras terminaba el plazo. Yo aún estaba trabajando en mi tesis cuando extendí la reproducción de 1 metro y medio de alto en mi estudio.
Al principio observé la extraña composición e intenté darle una razón formal, pero la desconcertante ausencia de los brazos no tenía ninguna justificación. Tomé una lente de binocular y miré el cuadro desde una cierta lejanía, primero con el tubo enfocado en aumento y luego a la inversa, simulando una gran lejanía. Después giré al revés el cuadro y aún así no noté nada extraordinario y sin embargo algo parecido a mi instinto me hacía dejarlo todo y mirarlo por horas.
¿Qué llamaba mi atención? ¿Acaso era el rictus de dolor, la simulación de carne putrefacta, la sobria gama de colores que exhibe? ¿Su impacto emocional amplificado, su belleza?
Tuve un pequeño grupo que se reunía los miércoles para estudiar y a veces debatir, el grupo de aquel miércoles fue mucho más numeroso de lo normal y apenas tenían espacio en mi pequeño estudio. La atmósfera que creaba el cuadro era profundamente densa. A pesar de los innumerables pendientes de aquel mes, nadie dejaba de mirar la reproducción.
Entonces fue cuando sucedió, Irene fue una de mis compañeras más aventajadas, y también la más compleja. Ella fue la primera que lo notó... todos callamos al ver su extraña concentración mientras se acercaba a la reproducción, estuvo repentinamente tan cerca que por un momento creí que lo atacaría.
Irene tomó una regla de ángulo recto de madera. La colocó sobre la pintura y su mirada se transformó en un extraño gesto de sorpresa, de sobresalto y de certeza. Sostuve la regla y miré, no podía ver nada extraordinario hasta que de las líneas abstractas surgió una imagen perfectamente visible: una máscara de carnaval veneciano teñida de sangre.
Les pedí a todos que salieran, a todos menos a Irene. Le pedí otra regla de ángulo y así aislamos la imagen. Ahora era tan clara que estabamos sorprendidos de que no la hubiésemos notado antes. Irene preguntó si tenía una cámara para registrarlo, pero no tenía ninguna.
Ella me pidió volver al día siguiente, darle algún tiempo para seguir estudiándolo.
Yo también estaba invadido por la curiosidad, y esa noche me comuniqué con toda la gente que creí podría estar interesada en corroborar nuestra observación. Extrañamente nadie demostró demasiado interés, “siempre se ven cosas en las líneas abstractas de las pinturas” me dijo un viejo amigo, “no es nada intencional”.
Pero ciertamente carecía de precedentes, al menos yo no conozco ninguno.
II.
Irene llamó a la puerta del estudio a la una de la tarde aproximadamente. Traía una cámara de revelado instantáneo, hilo negro grueso y varios ganchos no fijos para pared. Apenas y me saludó, inmediatamente tomó una silla y comenzó a medir la parte ancha de la pintura y a colocar cuidadosamente los ganchos.
—Voy a dividir el cuadro en diez partes iguales a lo ancho, y en veinte a lo largo —dijo. —Utilizaré el hilo para crear los 200 rectángulos sin marcar permanentemente la fotografía. Quiero analizarlos a cada uno, quiero verlos en negativo y solarizarlos, quiero ver contornos... tengo el equipo en casa, tengo el tomógrafo y los programas. Creo que es importante, creo que des...
Irene siguió hablando durante bastante rato, parecía que no había dormido toda la noche debido a la excitación de su descubrimiento. Intenté tranquilizarla pero ella no me escuchó. Comenzó a colocar los hilos y a tomar fotografías de las zonas que consideró más interesantes y esperaba impaciente que se revelara su resultado. No me miraba, estaba en trance.
—Es sólo una ilusión— le dije. —Creímos ver algo, cualquiera ve figuras en las nubes, calmate.
—¿No lo ves...? ¿O no quieres verlo? Aquí y aquí y aquí hay algo, ¡y ni siquiera son imágenes forzadas! Están perfectamente delineadas... este ojo, esta cueva, este paisaje... son reales... son representaciones de cosas ¿No lo ves?
—Pero a qué llevan Irene, piénsalo. ¿Crees que una obra así se concibe fragmento por fragmento? Si vieras el original... son trazos que se hicieron de un solo golpe, líneas duras provocadas por sus patologías, la mirada de un artista que sólo podía ver la deformidad. Schiele no dividió el lienzo en doscientas partes y lo pintó rectángulo por rectángulo.
—Lo sé... evidentemente no puedes verlo. Claro que Schiele no las pintó... ya lo sé... él no pintó nada... sólo a sí mismo... ¿no lo ves? ¿No ves acaso que cada fragmento... cada figura... cada rostro diminuto que grita... es por mí?
Miré a Irene y vi por primera vez claramente lo que sucedía, toda esta cruzada, toda esta búsqueda no era una mera actividad académica. Irene buscaba los restos de su propia enfermedad en una obra que la representaba. Fragmento por fragmento la pintura se amoldaba a su ser y la hacia suya. La invitaba a pertenecer a su mundo de desastre como aquellos casos en que el siquiatra se transforma en un paciente más.
III.
Sobre la pared había una lamina de corcho invadida por las fotografías de los rectángulos, manipulaciones de computadora y bosquejos convivían con recortes de textos médicos sobre la atrofia muscular, diagramas estocasticos sobre las líneas del cuadro enmarcaban fotografías antiguas que Irene había tomado hace años. Extrañas manchas y grietas sobre las paredes, que ahora ante sus ojos revelaban nuevos y extraordinarios significados.
El trabajo de quince días.
Irene no comía, y a pesar de que solicitaba mi permiso para dormir aquí yo sabía perfectamente que también trabajaba por las noches. Trasladó al estudio todo su equipo de computo al final de la primera semana, su ropa y ella misma comenzaban a verse demasiado sucias. Una mañana pude ver como mientras se cepillaba el cabello éste se quebraba y caía en cantidades considerables.
Estaba tan fascinado por toda su transformación que no pude detenerla, sólo me limité a abandonarlo todo durante un tiempo y cuidar a esta extraña criatura que había tomado el lugar de Irene, una criatura tan entregada a su propia autodestrucción que era radicalmente imposible detenerla sin que esta colisión arrastrara a su hipotético salvador a su paso.
Faltaban dos semanas para devolver la reproducción, pero aún así Irene ya había tomado aproximadamente diez fotografías distintas de cada una de las divisiones artificiales que había creado. Casi no hablábamos mientras su frenético ataque estaba en su total dominio. Cuando se quedaba quieta le tocaba el hombro y le ofrecía el frugal alimento que consumía, cuando durmió ocho horas seguidas no pude sino angustiarme.
Angustiarme, porque sabía lo que le costaría en vida perder tanto tiempo.
—Da Vinci. Él era capaz de trabajar jornadas realmente avasalladoras. ¿Cómo lo hacía? Trabajaba dos horas y dormía quince minutos, una y otra vez. Inténtalo Irene, o no terminarás nunca.
Irene me miró y me entregó una fotografía, había escrito algo en la base de papel blanco que poseía como estándar.
"Munch".
Irene había trazado con lápiz rojo una figura sobre la fotografía, una mujer de largos cabellos hundía su boca sobre el cuello de un joven inclinado bajo ella. Era Vampiro de Edvard Munch.
—¿Dónde está esto?
—Allí.
Ella señaló el rectángulo 5:11, y después me mostró que amplificando la pintura diecisiete veces la imagen aparecía, al principio fugaz pero al delinear se hacía irresistiblemente nítida.
—Esa era la primera pintura que me impresionó, tenía ocho años. Mi padre la poseía en un enorme libro. Había un pequeño texto de Munch explicando la pintura... y ahora está aquí.
Por primera vez Irene tocó directamente la reproducción, acariciaba el contorno invisible de la imagen que había descubierto mientras repetía insensiblemente su última frase.
—...y ahora está aquí... aquí... inscrita sobre el corazón de este ser, pertenezco a este espectro que has representado... te necesito... me necesitas para darte significado... veo sobre tus líneas el color de la sangre que me has robado, el tiempo perdido que no volverá jamás... jamás... como todos los muertos...
Entonces ví lo que tenía que hacer.
Irene me miraba deshecha a tal grado que su rostro parecía una máscara, nuestros ojos estaban hundidos en varios días de vela, de ayuno voluntario para despertar en una realidad capturada en una fracción de segundo. Apenas se mantenía en pie mientras le despojaba de toda la suciedad que la cubría, sus ropas se rasgaron en varios puntos por los fuertes tirones que le ejercía. Ella accedió a toda esa brutalidad porque le pertenecía, se halló a si misma incrustada en un ritual que involucraba su propia sanidad mental. El final evidente era la violación de su carne frente a la reproducción como un sacrificio a un dios tecnológico y paradójicamente arcaico, primordial. El flujo sanguíneo de un ángel derrotado.
La reproducción se tiñó de sangre.
IV.
No pude evitarlo.
Cuando ella tomó el cincel y se lo clavó en el pecho, no pude evitar abrir más su herida... los bordes cortantes de los pinceles me invitaban a improvisar instrumentos de vivisección, sus propias manos atentaban contra cada una de las fibras musculares que ocultaban los oscuros borbotones de sangre que ahora teñían de rojo carmesí la superficie plana de la reproducción fotográfica.
Aún en sus últimos espasmos pude recoger esa preciosa tintura y trazar con las delicadas brochas algunas líneas... las marcas secas definían y completaban la pintura, ahora el ser detrás de esa capa plástica poseía brazos.
Su actitud era de suplica, los hilos y los ganchos yacían abandonados en el suelo, miré a mi alrededor y sólo llamó mi atención la mirada vacía de los ojos de Irene. Un insecto de largas patas cruzó su rostro y penetró en su boca. No supe que hacer.
Miré fascinado la reproducción final, la forma maravillosa en que encajaban los miembros terminados en su cuerpo, la composición mejoraba notablemente. Sus ojos ahora gritaban silenciosamente por una salvación, una salvación desde todas las ciudades invadidas por la muerte.
Arranqué la fotografía de mi pared, la enrollé cuidadosamente y salí de allí, hacia las calles que a esas horas de la noche sólo frecuentaban los alienados, o al menos así me lo parecía ante mis ojos enloquecidos. Giré al azar, caminé por todas direcciones hasta que finalmente me perdí.
Cuando hablo de mi pérdida hablo de que hallé la demencia, detrás de una mueca de desesperación. Hallé clavos y objetos puntiagudos esporádicamente en las calles. He oído a la gente preguntarse quién soy y cómo vivo, creen que no los entiendo pero no es así.
Mi hogar es un cuarto comercial abandonado hace muchos años. Hiede a basura y desperdicios, incluso a desperdicios humanos.
Si alguien que me hubiera conocido me viera ahora, no sabría quién soy. Sólo podría reconocerme al ver la imagen rodeada de velas que está en ésta pared. Hace mucho tiempo que la sangre de Irene desapareció de su superficie, ahora ligeramente desteñida y agrietada... pero indudablemente reconocería las fuertes líneas rojas que componen los brazos siempre cambiantes de la figura.
Sabes que es sangre, a veces mía, a veces de los demás.
Ellas lo exigen, Irene y la pintura.
Ambas, en su propio simulacro de inmortalidad...
Y él apoyó su cabeza en el pecho de ella: sintió el correr de la sangre por sus venas, oyó el batir de su corazón. Enterró el rostro en su regazo, notó dos labios ardientes en su cuello, sintió un estremecimiento helado, un deseo escalofriante, y oprimió con violencia el cuerpo de ella contra el suyo...
Edvard Munch, Vampiro, 1894
I.
El Autorretrato de Egon Schiele (1890-1918) fue pintado en 1910, es un estudio de gis negro, acuarela y tempera. El artista se representa a sí mismo desnudo, con los brazos amputados y un fuerte rictus de dolor. Las semejanzas entre este cuadro, la pintura de Max Oppenheimer Hombre sangrante (1911) y la pintura más antigua conocida de Veil Verhagen Llanto primario (1925), revelan una posible conexión más allá de la simple coincidencia de temas, pero hay una característica que hace única a la pintura de Egon Schiele.
En 1959 una replica fotográfica amplificada fue atacada por una mujer durante una exposición en Viena. Lo mismo ha sucedido en otros museos, una y otra vez la imagen ha sido atacada por gente común en todos los aspectos, repentinamente usan cualquier cosa a mano para intentar destruir las excelentes replicas del cuadro que constantemente fabrican sus actuales dueños, el complejo editorial Per Ardua ad Fassam.
El cuadro original nunca fue atacado, ni siquiera durante su primera exhibición pública en 1919, apenas un año después de la muerte de su autor. La pintura original mide aproximadamente 1 metro por 70 centímetros, pero las réplicas llegan a medir 2 y medio metros de alto, e incluso se han reproducido en tamaños mayores. Una de estas copias de gran formato fue subastada recientemente y alcanzó un costo de más de cien mil dólares, demasiado alto para ser simplemente una reproducción fotográfica en alta definición.
El hecho es que al parecer estas copias son esencialmente distintas al original, en primera instancia por su tamaño; pero también en su contenido. En 1996 una de estas reproducciones llegó a petición en conjunto de la Facultad de Psicología y el Centro de Estudios Estéticos de la Universidad de Sicario, con motivo de una ponencia internacional sobre las relaciones entre la psicopatología y el arte, que no se llevó finalmente a cabo. La renta de este material se extendía a más de un mes y nadie quería hacerse cargo de él, así que me ofrecí para mantenerlo en mi custodia mientras terminaba el plazo. Yo aún estaba trabajando en mi tesis cuando extendí la reproducción de 1 metro y medio de alto en mi estudio.
Al principio observé la extraña composición e intenté darle una razón formal, pero la desconcertante ausencia de los brazos no tenía ninguna justificación. Tomé una lente de binocular y miré el cuadro desde una cierta lejanía, primero con el tubo enfocado en aumento y luego a la inversa, simulando una gran lejanía. Después giré al revés el cuadro y aún así no noté nada extraordinario y sin embargo algo parecido a mi instinto me hacía dejarlo todo y mirarlo por horas.
¿Qué llamaba mi atención? ¿Acaso era el rictus de dolor, la simulación de carne putrefacta, la sobria gama de colores que exhibe? ¿Su impacto emocional amplificado, su belleza?
Tuve un pequeño grupo que se reunía los miércoles para estudiar y a veces debatir, el grupo de aquel miércoles fue mucho más numeroso de lo normal y apenas tenían espacio en mi pequeño estudio. La atmósfera que creaba el cuadro era profundamente densa. A pesar de los innumerables pendientes de aquel mes, nadie dejaba de mirar la reproducción.
Entonces fue cuando sucedió, Irene fue una de mis compañeras más aventajadas, y también la más compleja. Ella fue la primera que lo notó... todos callamos al ver su extraña concentración mientras se acercaba a la reproducción, estuvo repentinamente tan cerca que por un momento creí que lo atacaría.
Irene tomó una regla de ángulo recto de madera. La colocó sobre la pintura y su mirada se transformó en un extraño gesto de sorpresa, de sobresalto y de certeza. Sostuve la regla y miré, no podía ver nada extraordinario hasta que de las líneas abstractas surgió una imagen perfectamente visible: una máscara de carnaval veneciano teñida de sangre.
Les pedí a todos que salieran, a todos menos a Irene. Le pedí otra regla de ángulo y así aislamos la imagen. Ahora era tan clara que estabamos sorprendidos de que no la hubiésemos notado antes. Irene preguntó si tenía una cámara para registrarlo, pero no tenía ninguna.
Ella me pidió volver al día siguiente, darle algún tiempo para seguir estudiándolo.
Yo también estaba invadido por la curiosidad, y esa noche me comuniqué con toda la gente que creí podría estar interesada en corroborar nuestra observación. Extrañamente nadie demostró demasiado interés, “siempre se ven cosas en las líneas abstractas de las pinturas” me dijo un viejo amigo, “no es nada intencional”.
Pero ciertamente carecía de precedentes, al menos yo no conozco ninguno.
II.
Irene llamó a la puerta del estudio a la una de la tarde aproximadamente. Traía una cámara de revelado instantáneo, hilo negro grueso y varios ganchos no fijos para pared. Apenas y me saludó, inmediatamente tomó una silla y comenzó a medir la parte ancha de la pintura y a colocar cuidadosamente los ganchos.
—Voy a dividir el cuadro en diez partes iguales a lo ancho, y en veinte a lo largo —dijo. —Utilizaré el hilo para crear los 200 rectángulos sin marcar permanentemente la fotografía. Quiero analizarlos a cada uno, quiero verlos en negativo y solarizarlos, quiero ver contornos... tengo el equipo en casa, tengo el tomógrafo y los programas. Creo que es importante, creo que des...
Irene siguió hablando durante bastante rato, parecía que no había dormido toda la noche debido a la excitación de su descubrimiento. Intenté tranquilizarla pero ella no me escuchó. Comenzó a colocar los hilos y a tomar fotografías de las zonas que consideró más interesantes y esperaba impaciente que se revelara su resultado. No me miraba, estaba en trance.
—Es sólo una ilusión— le dije. —Creímos ver algo, cualquiera ve figuras en las nubes, calmate.
—¿No lo ves...? ¿O no quieres verlo? Aquí y aquí y aquí hay algo, ¡y ni siquiera son imágenes forzadas! Están perfectamente delineadas... este ojo, esta cueva, este paisaje... son reales... son representaciones de cosas ¿No lo ves?
—Pero a qué llevan Irene, piénsalo. ¿Crees que una obra así se concibe fragmento por fragmento? Si vieras el original... son trazos que se hicieron de un solo golpe, líneas duras provocadas por sus patologías, la mirada de un artista que sólo podía ver la deformidad. Schiele no dividió el lienzo en doscientas partes y lo pintó rectángulo por rectángulo.
—Lo sé... evidentemente no puedes verlo. Claro que Schiele no las pintó... ya lo sé... él no pintó nada... sólo a sí mismo... ¿no lo ves? ¿No ves acaso que cada fragmento... cada figura... cada rostro diminuto que grita... es por mí?
Miré a Irene y vi por primera vez claramente lo que sucedía, toda esta cruzada, toda esta búsqueda no era una mera actividad académica. Irene buscaba los restos de su propia enfermedad en una obra que la representaba. Fragmento por fragmento la pintura se amoldaba a su ser y la hacia suya. La invitaba a pertenecer a su mundo de desastre como aquellos casos en que el siquiatra se transforma en un paciente más.
III.
Sobre la pared había una lamina de corcho invadida por las fotografías de los rectángulos, manipulaciones de computadora y bosquejos convivían con recortes de textos médicos sobre la atrofia muscular, diagramas estocasticos sobre las líneas del cuadro enmarcaban fotografías antiguas que Irene había tomado hace años. Extrañas manchas y grietas sobre las paredes, que ahora ante sus ojos revelaban nuevos y extraordinarios significados.
El trabajo de quince días.
Irene no comía, y a pesar de que solicitaba mi permiso para dormir aquí yo sabía perfectamente que también trabajaba por las noches. Trasladó al estudio todo su equipo de computo al final de la primera semana, su ropa y ella misma comenzaban a verse demasiado sucias. Una mañana pude ver como mientras se cepillaba el cabello éste se quebraba y caía en cantidades considerables.
Estaba tan fascinado por toda su transformación que no pude detenerla, sólo me limité a abandonarlo todo durante un tiempo y cuidar a esta extraña criatura que había tomado el lugar de Irene, una criatura tan entregada a su propia autodestrucción que era radicalmente imposible detenerla sin que esta colisión arrastrara a su hipotético salvador a su paso.
Faltaban dos semanas para devolver la reproducción, pero aún así Irene ya había tomado aproximadamente diez fotografías distintas de cada una de las divisiones artificiales que había creado. Casi no hablábamos mientras su frenético ataque estaba en su total dominio. Cuando se quedaba quieta le tocaba el hombro y le ofrecía el frugal alimento que consumía, cuando durmió ocho horas seguidas no pude sino angustiarme.
Angustiarme, porque sabía lo que le costaría en vida perder tanto tiempo.
—Da Vinci. Él era capaz de trabajar jornadas realmente avasalladoras. ¿Cómo lo hacía? Trabajaba dos horas y dormía quince minutos, una y otra vez. Inténtalo Irene, o no terminarás nunca.
Irene me miró y me entregó una fotografía, había escrito algo en la base de papel blanco que poseía como estándar.
"Munch".
Irene había trazado con lápiz rojo una figura sobre la fotografía, una mujer de largos cabellos hundía su boca sobre el cuello de un joven inclinado bajo ella. Era Vampiro de Edvard Munch.
—¿Dónde está esto?
—Allí.
Ella señaló el rectángulo 5:11, y después me mostró que amplificando la pintura diecisiete veces la imagen aparecía, al principio fugaz pero al delinear se hacía irresistiblemente nítida.
—Esa era la primera pintura que me impresionó, tenía ocho años. Mi padre la poseía en un enorme libro. Había un pequeño texto de Munch explicando la pintura... y ahora está aquí.
Por primera vez Irene tocó directamente la reproducción, acariciaba el contorno invisible de la imagen que había descubierto mientras repetía insensiblemente su última frase.
—...y ahora está aquí... aquí... inscrita sobre el corazón de este ser, pertenezco a este espectro que has representado... te necesito... me necesitas para darte significado... veo sobre tus líneas el color de la sangre que me has robado, el tiempo perdido que no volverá jamás... jamás... como todos los muertos...
Entonces ví lo que tenía que hacer.
Irene me miraba deshecha a tal grado que su rostro parecía una máscara, nuestros ojos estaban hundidos en varios días de vela, de ayuno voluntario para despertar en una realidad capturada en una fracción de segundo. Apenas se mantenía en pie mientras le despojaba de toda la suciedad que la cubría, sus ropas se rasgaron en varios puntos por los fuertes tirones que le ejercía. Ella accedió a toda esa brutalidad porque le pertenecía, se halló a si misma incrustada en un ritual que involucraba su propia sanidad mental. El final evidente era la violación de su carne frente a la reproducción como un sacrificio a un dios tecnológico y paradójicamente arcaico, primordial. El flujo sanguíneo de un ángel derrotado.
La reproducción se tiñó de sangre.
IV.
No pude evitarlo.
Cuando ella tomó el cincel y se lo clavó en el pecho, no pude evitar abrir más su herida... los bordes cortantes de los pinceles me invitaban a improvisar instrumentos de vivisección, sus propias manos atentaban contra cada una de las fibras musculares que ocultaban los oscuros borbotones de sangre que ahora teñían de rojo carmesí la superficie plana de la reproducción fotográfica.
Aún en sus últimos espasmos pude recoger esa preciosa tintura y trazar con las delicadas brochas algunas líneas... las marcas secas definían y completaban la pintura, ahora el ser detrás de esa capa plástica poseía brazos.
Su actitud era de suplica, los hilos y los ganchos yacían abandonados en el suelo, miré a mi alrededor y sólo llamó mi atención la mirada vacía de los ojos de Irene. Un insecto de largas patas cruzó su rostro y penetró en su boca. No supe que hacer.
Miré fascinado la reproducción final, la forma maravillosa en que encajaban los miembros terminados en su cuerpo, la composición mejoraba notablemente. Sus ojos ahora gritaban silenciosamente por una salvación, una salvación desde todas las ciudades invadidas por la muerte.
Arranqué la fotografía de mi pared, la enrollé cuidadosamente y salí de allí, hacia las calles que a esas horas de la noche sólo frecuentaban los alienados, o al menos así me lo parecía ante mis ojos enloquecidos. Giré al azar, caminé por todas direcciones hasta que finalmente me perdí.
Cuando hablo de mi pérdida hablo de que hallé la demencia, detrás de una mueca de desesperación. Hallé clavos y objetos puntiagudos esporádicamente en las calles. He oído a la gente preguntarse quién soy y cómo vivo, creen que no los entiendo pero no es así.
Mi hogar es un cuarto comercial abandonado hace muchos años. Hiede a basura y desperdicios, incluso a desperdicios humanos.
Si alguien que me hubiera conocido me viera ahora, no sabría quién soy. Sólo podría reconocerme al ver la imagen rodeada de velas que está en ésta pared. Hace mucho tiempo que la sangre de Irene desapareció de su superficie, ahora ligeramente desteñida y agrietada... pero indudablemente reconocería las fuertes líneas rojas que componen los brazos siempre cambiantes de la figura.
Sabes que es sangre, a veces mía, a veces de los demás.
Ellas lo exigen, Irene y la pintura.
Ambas, en su propio simulacro de inmortalidad...